Hugo Rangel Vargas
Suponga el noble lector que en un lejano
país han aparecido y se han fortalecido poderes que de facto lo han comenzado a
gobernar. Estas potestades se han instalado en la cúspide del poder económico y
con el uso del mismo, en el cohecho y la corrupción, han infiltrado las
instituciones que legalmente deberían gobernar a aquella nación.
Foto de todosobrenarcotraficoenmexico.blogspot.com.es |
La clase política de este imaginario
estado echa mano de sus relaciones con quienes están al frente de los poderes
de facto cada que ocurre una transición en el poder formal. El intercambio de
favores consiste en respaldo económico e incluso en el uso de instrumentos de
fuerza ilegal para favorecer al político en cuestión; a cambio, éste
seguramente entregará protección y amparo para que sigan prosperando las
actividades ilícitas que sirven de sustento al poder factico.
Llevemos estos axiomas a un momento
concreto. El jefe de estado de este país acaba de enfrentar un proceso
electoral en el que su partido ha refrendado su condición mayoritaria en el
poder legislativo; el siguiente proceso político de gran calado que enfrentará
es el de la sucesión presidencial. Su partido luce fortalecido, pero sin
embargo comienzan a asomarse fisuras de gran calado: la existencia de dos
grupos hegemónicos que claramente disputan la sucesión y lo hacen desde el
interior del propio gobierno.
En el poder formal de aquel país, el
Presidente ha cometido errores que han mermado su imagen, se le nota cansado e
incluso se rumora sobre algún padecimiento que merma su salud, los escándalos
de corrupción han escalado a grandes esferas de su gabinete y de él mismo; pero
el punto cúspide de la crisis ocurre con la fuga de un alto mando de los
poderes facticos del penal donde purgaba una condena.
Con el calendario de la sucesión
corriendo, con la preeminencia de un hombre fuerte (y ahora libre) al frente
del poder factico y con el debilitamiento del poder formal; la mezcla parece
explosiva para nuestra nación imaginaria.
La guerra de la cúspide por el poder
formal parece jugarse en múltiples tableros a la vez y en la estrategia seguro
está, para ambos grupos en disputa por la sucesión, el echar mano del poder de
facto para tambalear al opositor; no importando siquiera que quede en vilo la
estabilidad y la imagen misma del actual jefe de estado.
Al cambiar el epicentro del verdadero
poder al terreno de la ilegalidad, las reglas del juego sucesorio en nuestro
país ficticio han cambiado; ahora hay que considerar que la nueva conducción
del relevo en los poderes formales de ésta nación imaginaria no se encuentra en
las instituciones y que cada jugada emprendida por los diferentes actores, que
cada suceso que ocurra en esta nueva dinámica; deben ser reinterpretados sobre
la lógica de quien es el principal beneficiario de los mismos.
En esta confusión de actores e intereses
y en medio de una disputa sucesoria adelantada, vale la pena preguntarse
entonces por el principal favorecido de la crisis de imagen del presidente en
funciones. Conviene ser incisivos en cuestionarse sobre la existencia de un
ulterior beneficiario de la fuga de este capo imaginario. Seria estimulante
además en nuestro ejercicio seguir agregando ingredientes como las relaciones
históricas e incluso la genealogía territorial de otros actores cercanos al
capo fugado y reinstalado en su poder, así como de aquellos operadores
políticos de los grupos que están en plena disputa por la sucesión.
Pero todo esto es un solo ejercicio
llevado del terreno del ocio intelectual al de la escritura casi autómata del
autor del mismo. No hay detrás de él más que el interés de hacer lo que algún
político mexicano de no celebre memoria llamó “política ficción”.
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