Eduardo Ibarra Aguirre
El Centro de Derechos Humanos Miguel
Agustín Pro Juárez hizo pública la orden de relevo y designación del teniente
que iba al mando del 102 Batallón de Infantería que realizó el operativo en la
bodega El Limón, en Tlatlaya, estado de México, donde fueron ejecutados
extrajudicialmente entre ocho (PGR) o 12 y 15 (CNDH) civiles de los 22 que
murieron en el presunto enfrentamiento, y demostró que los soldados tenían la
orden expresa de “abatir delincuentes en horas de oscuridad”.
El Pro
hizo la trascendente revelación el jueves 2, al cumplirse el primer aniversario
de la matanza que tanto perjudicó a la de por sí lastimada imagen del Ejército,
sobre todo a partir de las atrocidades cometidas en la guerra contra el
narcotráfico, ordenada por Felipe Calderón para legitimarse en el cargo de
presidente y que para millones de electores nunca ganó, pero en el que las
fuerzas armadas lo apuntalaron.
La orden dirigida al 102 Batallón
de Infantería de la 22 Zona Militar, encabezado por el teniente Ezequiel
Rodríguez Martínez, junto con otros documentos fueron obtenidos mediante “un
proceso jurisdiccional iniciado contra la opacidad castrense”, informó Mario
Patrón Sánchez, director del Centro Pro.
El que para algunos colegas dados a las
geometrías ideológicas y políticas en tiempos del neoliberalismo realmente
dominante, es un organismo “de derecha”, exigió investigar la responsabilidad
institucional del Ejército que “se inicia con los militares directamente
involucrados en las ejecuciones extrajudiciales”, pero que “llega al mismo
titular de la Secretaría de la Defensa Nacional, Salvador Cienfuegos”. De ese
tamaño. ¿Imagínese usted si el Pro fuera “de izquierda”?
Por supuesto que la
respuesta de la Sedena fue inmediata y dejó en claro que el documento
mencionado por el director del Centro Pro contiene 38 indicaciones, entre ellas
que “las operaciones del personal castrense se ajusten al marco jurídico
vigente que contempla el respeto irrestricto de los derechos humanos”. Y Patrón
Sánchez sólo dio a conocer una, lo cual reconoció que así fue, porque las 37
indicaciones omitidas “forman parte de un anexo”.
“Anexo” o no, además de
que “abatir” no es sinónimo de matar como bien arguye el subsecretario de Derechos
Humanos de la Secretaría de Gobernación, Roberto Campa Cifrián, el señor que
trabajó para Elba Esther Gordillo como candidato presidencial en 2006, el
problema de Tlatlaya tiene rezagos en la investigación, tantos que la Comisión
Nacional de los Derechos Humanos y la Procuraduría General de la República no
coinciden en el número de ejecutados extrajudicialmente.
Por su parte, el relator
especial de la Organización de las Naciones Unidas para Ejecuciones
Extrajudiciales, Sumarias o Arbitrarias, Christof Heyns, instó a las
autoridades a considerar las nuevas evidencias, avanzar en la investigación y
sostuvo que las órdenes a los oficiales encargados de hacer cumplir la ley
“nunca pueden consistir en salir y matar criminales; deben consistir en arrestar,
y sólo si se prueba necesario, el uso de la fuerza debe ser en lo mínimo”.
Para la vocera de
Amnistía Internacional, Ericka Guevara-Rosas, es fundamental que Enrique Peña
Nieto formule “una condena de este acto y haga un compromiso con los derechos
humanos, ordenando una inmediata investigación independiente a cargo de las
autoridades civiles sobre cómo están aplicando las fuerzas armadas la política
de seguridad del gobierno”.
En tanto, las ONG
favorecidas desde Los Pinos, tendrán nuevo material para todo reducirlo a una
conjura del magnate Georges Soros contra México y su gobierno.
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