Fué allá en los tiempos de Vicente Fox cuando el populista presidente mexicano declaró, en su programa “Fox en Vivo, Fox Contigo”, que los mexicanos en el exterior ya no éramos traidores. Hasta entonces se consideraba que quienes por una razón u otra nos habíamos cambiado de país éramos traidores a la patria. No éramos parte del “cambio democrático” de México, ni del cambio económico (o del colapso) ni de nada. Habíamos traicionado a México para irnos a extranjia.
De lo que sí éramos parte era de un importante cambio demográfico. Habíamos pasado la cifra de diez millones de paisanos viviendo fuera del país, un número que necesariamente obligaba a un cambio de consideraciones. Los miles que habíamos sido, insignificantes en la escala nacional, éramos ahora una masa considerable. Ya no se podía borrar nuestra existencia del panorama nacional. Era obligado reconocer que había que considerarnos de otra forma, no como hijos desobedientes que habían abandonado la casa nacional por puro berrinche.
Fox lo hizo de manera abierta, siguiendo la línea política de Carlos Salinas de Gortari, quien por primera vez había montado programas de “atención al migrante” (léase cooptación del migrante a través de los clubes de oriundos), ante la andanada de mentadas de madre desde el extranjero por el fraude electoral de 1988.
Según la declaración de Vicente Fox en noviembre de 2001, en realidad no éramos traidores, sino héroes, por sostener a las familias que quedaron en México con nuestras remesas.
Pero claro, una cosa era la declaración y otra el trato. En una de tantas vueltas a México, cabildeando por el famoso voto de los mexicanos en el exterior, un compa migrante le espetó a Jorge Castañeda en Los Pinos que se quitaran de andar discurseando; que “nada de héroes”, le dijo. “Seguimos siendo traidores, pero traidores de lana, traemos dólares en vacaciones, traemos sustento para nuestras familias. Reconozcan que somos traidores y dejen que votemos desde el exterior”.
De Vuelta la Burra al Trigo
El tema vuelve hoy a la mesa, en una declaración que hemos escuchado un millar de veces. “Las remesas que entran al año al país equivalen al 92 por ciento de las exportaciones de petróleo de enero a marzo de 2015”, dijo la doctora Leticia Armenta Fraire, directora del Centro de Análisis Económico del Tecnológico de Monterrey. Le siguió otra: “México no reconoce los aportes de la comunidad migrante, es darle mucha importancia y además, evidenciar que se ha hecho poco en generación de empleos y en políticas públicas y sociales. Han sido muy buenos en el manejo del dinero; en el caso de algunos estados, las remesas que llegan son más en cantidad que lo que aportan los programas de la Secretaría de Desarrollo Social (Sedesol)”, dijo Mario Pérez Monterosas, doctor en Estudios Regionales de la Universidad Autónoma Metropolitana.
Efectivamente, la caída de los precios del petróleo significó que el modesto aumento de un 5 por ciento en el envío de remesas llegue casi a empatar los dos renglones. Claro, nosotros siempre hemos argumentado que la cuenta debe ser distinta, porque extraer, procesar y vender el petróleo cuesta, y nosotros no. Nuestras remesas son, como quien dice, una ganancia neta, sin que se haya invertido nada para obtenerla; nadie nos paga para que nos vayamos y luego mandemos dinero.
Y además, cerca del 60 por ciento del turismo “extranjero” en México somo nosotros mismos, que nos damos la vuelta al rancho cada vez que podemos, así que hay que contar otros miles de millones de dólares.
Pero estamos igual que siempre. Obviamente reconocernos es reconocer el fracaso de las políticas económicas mexicanas, así que las autoridades no lo hacen. Pero no solamente ellas. Tampoco los partidos políticos, tampoco las políticas oficiales ni las instituciones. Ni nuestra matrícula consular nos reconocen.
Ni siquiera hablan en nuestro favor. Tuvo que ser el presidente venezolano el que sacara la cara por nosotros ante los ataques de Donald Trump, porque nuestro propio gobierno no dijo ni pío.
Y no lo harán nunca porque no somos un problema. No nos morimos de hambre en México, y evitamos que muchos mexicanos mueran de hambre. Somo una solución. ¿Para qué molestarse reconociéndonos?
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