Hugo Rangel
Vargas
Foto de campeche.com.mx |
Debe haber algún momento preciso en el que la sociedad deja de ser sensible a ciertas imágenes,
estímulos, desastres o sucesos de choque. Quizá, envuelto en el cinismo, el
descubrimiento de ese tránsito de capacidad de asombro acumulada a su negación,
lo hizo Stalin al afirmar que “un muerto es una desgracia y un millón una
estadística”.
Lo cierto es que
sin haber precisado este punto de quiebre, la sociedad michoacana ha visto como
su facultad de reacción ha comenzado a anularse frente a sucesos que en
condiciones normales serían trágicos. Como si se tratase de un tejido blando
atacado por flagelos que provocan heridas recurrentes, mismas que al cabo del
tiempo cicatrizan inflamándolo y haciendo que pierda su funcionamiento normal;
el pueblo michoacano se ha hecho inerte ante el permanente derramamiento de
sangre al que ha sido sometido.
Apenas hace tres
años los michoacanos, pese a estar inmersos en el ojo del huracán de una guerra
contra el crimen organizado, llenamos de asombro nuestras conciencias al saber
de la aparición formal del primer grupo de ciudadanos armados que peleaban por
su seguridad ante la incapacidad del estado de brindárselas. Lo que se llenó en
la agenda pública con el concepto de “autodefensas”, comenzó teniendo el
hipertexto de “rebeldía” y posteriormente el de “dignidad”; pero siempre
asociado al asombro.
La batalla que
decidieron dar hombres como Hipólito Mora y José Manuel Mireles en La Ruana y
Tepalcatepec, fue el dedo que señaló la joroba del Quasimodo que eran las
instituciones encargadas de brindar seguridad e impartir justicia a los
michoacanos. Nuestro oído puso atención después a voces como las de Cemeí
Verdía, que apuntó a la lengua bífida de la corrupción en los cuerpos de seguridad
y otros tantos males; la letanía exhibicionista fue sucedida por señalamientos
horrendos e impactantes a nuestra defectuosa quimera, mismos que fueron hechos
por religiosos como Gregorio López o José Luis Segura.
La sangre
continuó derramándose en territorio michoacano. Los muertos caían en centenas,
o quizás miles, y eran a tres fuegos: el de los criminales, el de las
autodefensas y el de los cuerpos de seguridad. El llanto y el dolor de mujeres
y niños se acumularon y cicatrizaron con el agravante de la catarsis negada por
el miedo a compartir el duelo de tantas pérdidas en tan poco tiempo. Pronto la
capacidad de atención de los michoacanos fue saturada. Crimen tras crimen se
agregaba a una cuenta interminable.
Hoy el aparato
fisiológico encargado del asombro dentro de la sociedad michoacana ha hecho
fibrosis. Mireles y Cemeí, símbolos de dignidad, están encarcelados sin que se
asome justicia alguna; Hipólito por su parte, padece la amenaza permanente de
la prisión a la que se le acumula la del fuego de “El Americano” en su contra.
Así, con sus líderes ensimismados y amenazados, los autodefensas se encuentran
sometidos a una guerra de exterminio que ha sido denunciada por José Manuel Mireles desde septiembre del presente año.
Las ejecuciones
impunes de líderes de autodefensas en Tancítaro, Yurécuaro, Nueva Italia,
Churumuco, Parácuaro entre otras latitudes del estado; se acumulan al baño de
sangre que inunda Michoacán desde hace años y que se agolpa como nudo en la
garganta de un silencio más desesperante que el del grito de Hipólito a la
opinión pública ante el cadáver de su hijo aquel 17 de diciembre del año
pasado.
La ignominia de
la cárcel a Mireles, Cemeí, así como de la reciente sentencia de un juez en
contra de Hipólito Mora; pesa tanto como la de otros 384 autodefensas detenidos
por un Estado mexicano que hace de estas condenas el monumento a su cinismo e
incapacidad.
Es probable que
la insensibilidad que ha acusado la sociedad michoacana ante las injusticias
que han caído sobre los autodefensas, sean el síntoma de la fibrosis social del
conjunto de los mexicanos que permanecemos impávidos ante la corrupción, la
pobreza y la frivolidad del gobierno que tenemos. Pero ya lo dice la sabiduría
popular, “no hay mal que dure cien años, ni cuerpo que los resista”.
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