viernes, 17 de abril de 2015

Ajustes del ajuste: La mediocridad del crecimiento.

Hugo Rangel Vargas

Apenas hace un día la directora gerente del Fondo Monetario Internacional, Christine Lagarde, lanzó una declaración reconociendo el débil crecimiento económico a nivel mundial calificándolo de “mediocre” y haciendo un llamado a las instituciones encargadas de la política económica en el mundo para que esto no sea una realidad permanente.

Pese a la expectativa por el crecimiento económico en Estados Unidos, la recuperación de la zona euro y el hecho de que Japón podría salir de la recesión; la funcionaria de origen francés reconoció la existencia de focos de inestabilidad financiera y de volatilidad derivados fundamentalmente de la caída en los precios del petróleo.

La aseveración de Lagarde es técnica y políticamente correcta frente a las expectativas de crecimiento económico mundial que se han estimado para 2015 en 3.5 por ciento y para el próximo año en 3.8 por ciento. Sin embargo moralmente resulta inaceptable que sea esta institución la que hable de dificultades para que la economía mundial tenga mejores estándares en términos de crecimiento y que recomiende a los países “adecuaciones a sus políticas fiscales y monetarias para mejorar el ritmo de las economías”.

Y es que a partir del conocido Consenso de Washington, el Fondo Monetario Internacional condiciona la asistencia de créditos a los gobiernos nacionales a la adopción de determinadas medidas que se manifiestan en cartas de intención. Estas medidas, conocidas como de ajuste estructural, van desde la reducción del gasto social, la apertura comercial del sector externo de la economía, la cancelación de controles de precios y subsidios, la privatización de empresas propiedad del estado y la mejora del marco jurídico a favor de las inversiones extranjeras.

Vista la política pública como un enorme tablero de controles a los que el estado tenía acceso para potenciar el crecimiento económico, después de las políticas de ajuste estructural, dicho panel ha quedado reducido a un par de palancas (la política monetaria y la política fiscal) cuyos márgenes de movimiento están también acotados a los criterios que también dicta el FMI y otras instituciones internacionales; por lo que las posibilidades de estímulo a la economía están dictadas por el interés del mercado y de la libre competencia de los capitales.

Si bien el Fondo Monetario Internacional ha dicho que se encuentra explorando “avenidas para impulsar el crecimiento” por encima de las tasas actuales; la alerta en la institución parece prenderse un poco tarde y una vez que las consecuencias de las desregulaciones y las medidas de ajuste estructural han invadido la viabilidad de muchas economías nacionales.

Queda claro que el agua comienza a llegar a los aparejos hasta para el propio organismo internacional que otrora se regodeaba en la obcecada ortodoxia de sus recomendaciones. A la par de ello parece haber llegado el fin de una época de extrema libertad en los mercados y reaparecer, entre los círculos de analistas económicos y financieros a nivel internacional, la convicción de que el crecimiento económico solo puede ser estimulado por una actitud proactiva de los aparatos públicos nacionales que coadyuve a que éste se dé en un marco de redistribución de la riqueza y de crecimiento del empleo.


Ajustar el ajuste resulta un imperativo para el Fondo Monetario Internacional y para el andamiaje financiero internacional que ha encerrado sus alternativas en un par de ideas que han dejado una estela de fracasos y fiascos en los países en los que se ha instalado como laboratorio. A la par de ello, el mediocre crecimiento económico impone una profunda reflexión sobre los estrechos márgenes de acción de economías como la mexicana, dada la magnitud del letargo.

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