Azorín.
El Escritor (Novela) publicada en
Madrid en 1942 y tomada para esta reseña de su sexta edición, publicada por Editorial
Espasa-Calpe S.A. Colección Austral. Madrid 1969.
Antonio
Quiroga escritor maduro, describe su relación con diferentes personajes del
ambiente literario y artístico; todos amigos suyos, pero principalmente en el
vínculo que desarrolla con Luis Dávila, un joven escritor, que al principio ve
con recelo y que a partir de una reconciliación arreglada en la casa de una
amiga en común, se convierte en una parte significativa de su vida.
La
obra se organiza en cuarenta capítulos y está dividida en dos partes, la
primera compuesta por veintisiete y la segunda, integrada por trece. La primera
parte habla de las travesías que realiza el personaje principal, Antonio
Quiroga, al visitar diferentes partes de España y también en África; parajes que
van de lo citadino a lo montañoso.
Ambas
partes del libro son narradas en primera persona, inicia el añejo escritor, en
un viaje de redescubrimiento personal que se desarrolla a través de sus viajes
y la creación de su nueva novela. La parte complementaria es contada a su vez
por Luis Dávila; un hombre que para entonces vive entre los recuerdos y el
arrepentimiento por las decisiones que ha tomado a través de los años.
Los
protagonistas se presentan, y muestran su sentir a partir de los viajes que
realizan y las personas con las que se relacionan; son constantes las analogías
y las referencias a grandes literatos y filósofos. Y es por sus experiencias,
que entre la melancolía y la esperanza observan el pasado, viven un presente
incierto y solo atinan a pensar en la construcción de un mejor futuro para
España y Europa.
Con
un estilo pesimista y de incertidumbre, nos lleva a una reflexión filosófica
sobre las razones de ser un escritor; también de cómo los cambios políticos y
sociales; el contexto personal e ideológico y el miedo por una lucidez que
desaparece con los años, determinan en gran medida el presente, la
supervivencia y la trascendencia de una obra para las nuevas generaciones.
Así,
aparece ante el lector como un reflejo de la insegura situación del escritor;
pues Azorín vivía de sus letras y debía persistir ante los nuevos dueños del
presente. Momentos terribles de odio y crisis; dictadores y “caudillos”;
represión y condena social, aparecen a lo largo del texto: “¿y cómo voy yo
ahora, después de tres años de vida activa, a acomodarme con la inacción?
Cuando toda Europa está en hirviente elaboración ¿cómo podré yo permanecer en
la quietud?” p107.
Este
texto se presenta como parte de una cuarta etapa novelística del autor; aparece
tres años después de haberse exiliado en Francia huyendo de la Guerra Civil
Española. Refleja desconcierto y tristeza ante el presente y parece mencionar su
único consuelo: “¿Dónde está nuestro Leteo? En el afán diario. O acaso, a
través de la obra, hacemos ese dolor más delicado” p11.
En el
texto se destacan polos opuestos, por un lado la decadencia y por otro la
afrenta ante el futuro en la pregunta de si se es capaz de escribir del mismo modo
que se hiciera en otra época; el joven enfrentado al viejo: “¿Valer o no valer?
¿Y con relación a qué? Todo es contingente y relativo. Depende todo del tiempo,
del lugar y de las circunstancias” p34. Quiroga se siente incómodo de emitir
algún juicio sobre alguien que no conoce, sin embargo él si es motivo de
valoración por parte del joven Luis Dávila.
El
conflicto entre el pasado y el presente se destaca no solo como una parte de la
vida del autor, sino como una etapa histórica en España; de este modo, se
representa en la segunda parte con un Antonio Quiroga que aparece tímido
durante las reuniones en casa de Dávila: “Jóvenes: perdonad a un viejo que, aun
rogado por vosotros, con ruego honroso para él, os dirija la palabra. Desde la
región crepuscular en que vivo, vengo al mediodía de vuestra juventud” p117.
El
autor se siente apartado, tanto por su capacidad y oportunidad de expresión
literaria, como por lo que aporta a una sociedad que lo ve en todas y en
ninguna parte al mismo tiempo; es como si estuviera en la otra orilla de un
rio. De ese modo en la segunda parte, el mismo Luis Dávila pensando en el añejo
escritor afirmará: “…soy el presente, en esta última realidad estoy, dichosamente,
inmerso. Desde esta orilla, conmovido, contemplo en la opuesta a don Antonio”
p110.
Aun
representando ese prometedor presente, y de poseer todo lo que se podría
desear; Luis Dávila no se siente satisfecho. Arrepentimiento y vanidad son
palabras que lo atormentan; lo que en el pasado le lleno de gloria ahora no
entiende como lo condena: “Posiblemente hay en nosotros, los pobres humanos, fuerzas
escondidas que se revelan en un momento dado, cuando menos lo esperamos, a
impulsos de tales o cuales circunstancias” p126.
Al
final, aparecerán nuevos escritores y el glorioso presente quedará algún día
como pasado remoto; así, Luis Dávila comprende esto al conocer a Octavio
Briones, un nuevo y joven escritor. Una enseñanza, un eterno retorno de las
cosas y un mensaje para la reflexión: “Hoy como ayer; es fatal; no se puede
evitar; una fuerza superior a nosotros, míseros mortales, hace que ineluctablemente
cometamos hoy las mismas acciones de que ayer fuimos víctimas” p138.
Enclavado
en un tiempo determinado y al mismo tiempo mostrando preocupaciones cotidianas como
el miedo, la incertidumbre, la envidia, la vanidad y el arrepentimiento; El Escritor de Azorín nos refleja, como
en un retrato, una etapa tanto de la vida del autor, como de la España franquista;
nos muestra entre líneas una vida que se consume, pero que hasta el final, es
una constante búsqueda.
Una
gran lectura y que nos deja más preguntas que respuestas; se puede disfrutar
varias veces y se encontrará algo nuevo en ella como en las grandes obras, ya
sea que se lea de manera superficial o a profundidad; el texto nos llevará más
allá del tiempo en el que se escribió.
La
vida puede ser un devenir inesperado, y solo podemos afrontar el cambio. El
mundo y las ideologías cambian; las ideologías y los regímenes vienen y van;
las víctimas al final, todos nosotros. Nadie se escapa y las decisiones que
tomamos en medio de la catástrofe o en momentos de paz, determinarán lo que
seremos en el futuro.
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