viernes, 28 de agosto de 2015

Lecciones de civismo

Fernando Villávalos

Puede
Imagen de adntamaulipas.com/
que me equivoque, pero a mi nadie me explicó ninguna vez el Himno Nacional. Si lo hicieron, lo he olvidado o quizá me salí esa clase o, lo que es probable aun, la maestra detalló largamente qué quiere decirnos la letra de esa pieza, pero yo estaba como siempre distraído buscándole al mundo el interés que no tenía. De eso ya llovió. Pero hoy por la mañana en el camión rumbo a mi oficina detrás de mi asiento,  una madre se afanaba, no sin éxito, en explicarle a su retoño qué querían decir esas palabrotas desusadas y con olor a rancio que sonorizan nuestro cántico nacional. 
Me sorprendió la claridad expositiva y la didáctica de ejemplos que usaba para actualizar el acero aprestad y el bridón. “El acero aprestad -le explicó- es como cuando van a la guerra, como tener listas las armas, y el bridón, el bridón es como un instrumento para pelear”. Sin duda ignoraba también que el bridón es un caballo de batalla que como lo recuerdan murales y reproducciones de libros de texto, fue muy usado en las luchas de Independencia, Reforma y aun en la Revolución por sus batallones, pero su intuición fue confirmatoria. Las deducciones que siguieron fueron menos que exactas: describió con elocuencia el aturdimiento del retiemblo terrenal cuando un sonoro rugir del cañón cimbra el campo de batalla. El deporte le fue de mucha utilidad al describir las guirnaldas que de oliva ciñen la frente de los ganadores, así como el simbólico laurel de la victoria. Y aunque el desuso del verbo “osar” le dificultó hallar un ejemplo concreto, la idea de “un valiente que a veces hace cosas que otros no se animan a hacer”, le ayudó a describir el atrevimiento que vence el miedo. Un nuevo traspié surgió cuando llegó a la obligación de declaratoria bélica contra quien osare manchar los blasones, sin importar que los patrios pendones en las olas de sangre se manchen, pues, confesó, “la verdad no sé qué sean blasones ni pendones; hay qué investigarlo”.
En ese momento, quise premiar el empeño de su ministerio compartiéndole que los blasones son la ‘escudería’ (para no desentonar el tono deportivo) propia de un estado, sus símbolos oficiales, es decir, la bandera con todo y sus colores y el orden en que están (verde, blanco y rojo, de izquierda a derecha), el escudo nacional (el águila devorando a una serpiente), o sea, lo que en conjunto se conoce como símbolos patrios, y que los pendones son las insignias o divisas militares: banderines, estandartes, escudos divisionales de batallón (por ejemplo de Infantería, Aéreo, Fuerzas Especiales, etc.), que usa el cuerpo militar para diferenciar su rango y origen, y que en los conflictos bélicos son muy importantes para organizar una estructura de defensa. Dije “quise premiar”, pero la advertencia históricontextual[1] de que “el ofrecido siempre queda mal” me desalentó. Sin advertirlo, como barcaza que un pequeño oleaje lleva a puerto, una pregunta fue haciéndose visible:
     ¿Dónde está hoy la Patria? Y luego, pensado en estos tiempos: ¿Nos es necesaria -aún- la Patria? Entre liberales de ambidiestras corrientes no falta quien bajo la insignia de lo universal diga que la patria sobra, que los discursos actuales deben referirse mas a la humanidad y menos al patriotismo, la nacionalidad o la ciudadanía -salvo cuando ésta sea la del ciudadano universal kantiano, y no la mexicana. Y contrapesando, abundan los nacionalistas, quizá no en igual número por bando, pero con similares argumentos sobre la mexicanidad (lo que eso sea) y su necesidad, el orgullo patrio, la defensa de nuestra cultura, y que en extremos llega a representarse, todavía a inicios del veintiuno, en la defensa del charro hacendario y el mariachi. Sin embargo, puede un pueblo como el nuestro, territorio de diversas naciones, multicultural ya antes de la Conquista, producto de un rico -y doloroso, claro- mestizaje, obligado a seguir la estructura económica y las formas políticas, con sus  respectivas expresiones culturales, de un país a su vez con una rica vena mestiza formada bajo la dominación de una cultura árabe[2], ¿puede, pregunto, nuestro pueblo con legitimidad asumir aires de pureza nacional? Puede y no, según se vea. Pero no quiero yo abundar demasiado: creo que tenemos la necesaria libertad de adoptar una visión local (utilizando, por ejemplo, la idea “nación”) para entender la especificidad de nuestra historia independiente, y demás, sin divorciarla de las independencias latinoamericanas en lo general -que pertenecen al desarrollo humano histórico-, junto con las diversas estructuras sociales que nos preceden. Desde esta perspectiva, sí que hay que asumir la nacionalidad a fin de desentrañar, como avispadas penélopes, el tejido oscuro del pasado para saber cómo fue que llegamos a ser lo que hoy somos, teniendo el debido cuidado de no charrear nuestra historia, no mariachizar nuestra cultura, sino recoger bajo ese concepto la diversidad de  expresiones y tomar aquellas que hoy nos permitan construirnos en la modernidad del ser equitativo, en la necesidad de la retribución económica que desempobrezca a quienes engrosan los bordes miserables de nuestra economía, y que ennoblezca el esfuerzo del trabajo pagando un salario económicamente justo, esto es: a cada cual según su necesidad, de cada quien según su capacidad. Una sociedad libre en la equidad, que no privatice egoístamente la riqueza social histórica y no paternalice la responsabilidad personal.
     Al final,  la mejor lección de civismo fue mi prudencia de no meter las narices en aquella lección que una madre compartía con su hijo: el texto que estudiaban tenía de colofón una explicación muy útil que cerró con broche dorado el esfuerzo que ella hacía para hacerle entender a su hijo lo que el himno nacional significaba. Aun más, de pasadita agregó que el texto estaba lleno de “demasiada sangre” y que más que referir, exaltaba la belicosidad de una sociedad, lo que desdeñó con un “qué peleoneros”. Aquí está, dije yo, la patria: es una mujer que, en un camión urbano, explica hábilmente a su hijo los cruentos hechos que han formado nuestros valores y que -confía-, no será necesario repetir para ser felices, para ser libres.

Cuna de Morelos, 21 de abril de 2008.


[1] Neologismo por: “contexto histórico”, para definir sentido común; palabra nueva que sugiero al criterio del moderno y amable lector -y que espero, apruebe.
[2] Un botón: la palabra Guadalupe que, acepto, cobija simbólicamente una parte importante de nuestra población, bajo ese símbolo religioso, es de origen árabe.

No hay comentarios:

Publicar un comentario