sábado, 30 de mayo de 2015

Itinerario de campaña

Hugo Rangel Vargas

¿Qué sería de los viajes sin las crónicas? ¿Cómo daríamos cuenta, quienes emprendemos travesías, de las peripecias que en ellas ocurren sin las imágenes que se recaban por nuestros ojos y que acaban por acumularse en la incomprendida región cerebral llamada memoria? ¿Nos sentiríamos acaso igual de estimulados a transitar por veredas ignotas, sin que viajeros de antaño no nos hubiesen compartido sus rutas de migración, los olores que las invadían, las texturas que tocaron o los vientos que soplaban sus rostros?

La riqueza de un dietario es vastísima como para pretender ser circunscrita a la narrativa de un texto que ponga en blanco y negro los indómitos y azarosos incidentes de todo trayecto. Las crónicas, los cuentos, las leyendas, los diarios y todo esfuerzo escrito terminan siempre siendo una síntesis que, por excelsa que sea, tiene la limitante obtusa de la visión y de los recursos narrativos de quien los plasma.

Andar por brecha o terracería, viajar largos trayectos en caminos empedrados o allanados de asfalto o concreto; percatarse de cambios de clima, ambiente, colores de tierra, vegetación y fauna diversa; aspirar el olor de las flores y escuchar el crujir de hojas secas al pisar; pernoctar en habitaciones con armarios empolvados que tienen como huéspedes a la humedad y a una que otra araña vigilante; percatarse que el agua, el viento y la luz tienen sabores, olores y tonos matizados en cada punto del recorrido; son todas ellas señales que usa el destino para hacer saber que un viaje es una síntesis de la vida misma.

De viajes y viajeros, de Odiseas y de Ulises, de Ítacas y Penélopes, de Prestes Juan y de Marco Polos, de cartas y de mapas, de brújulas y tesoros extraviados; de todo ello hay narraciones que inundan el imaginario colectivo. Hoy el pequeño terruño que es Michoacán se encuentra siendo atravesado por múltiples emisarios.

Son cientos o quizá miles de seres humanos los que trazan rutinas diarias cuya diversidad de distancias y de puntos intermedios es exquisita: en medio de las estepas calientes entre San Lucas y Riva Palacio, de la costa de Coahuayana a la tierra templada de Pareo, desde el roce de manos trabajadoras en Purépero hasta los olores a leña de los fogones en la meseta; todas ellas son estampas de una campaña que inundan los sentidos de los activistas de todos colores.

Diversos testimonios recogen el andar de los activistas de todo signo político: el desgaste de llantas en carretera, el sudor de camisas e indumentarias al finalizar el día, las fotos y las famosas "selfies" que se desgranan en el ciberespacio, los miles de litros de agua que refrescan los labios y paladares resecos de intensos diálogos, las banderas que comienzan a desgarrarse después de cientos de veces de enfrentarse al viento, violentamente retado por el brazo que las agita.

Ahí están las minúsculas anécdotas que se acumulan en una campaña proselitista. De todas ellas se conforma una crónica colectiva. Sin embargo, tanto viajes como experiencias, tanto campañas como andares; no tendrían sentido sin su motivo fundamental: el sueño que las mueve.

Aquellos valientes que comenzaron a andar el mundo hace millones de años, motivados quizá por el instinto básico de la sobrevivencia, trazaron el rumbo de futuros andares. Hoy quienes arriesgan su pelleja y su vida misma en el sinuoso caminar de una campaña; lo hacen no por el impulso de la sobrevivencia personal, sino porque perviva la capacidad de soñar otros senderos cuyo fin de trayecto sea la felicidad. A estos guerreros, a los activistas de todo signo ideológico; la valquiria de los viajeros les recoge día a día sus memorias.

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