domingo, 3 de mayo de 2015

Los Calderón: El desierto sin batallas

Hugo Rangel Vargas

Enamorarse resulta peligroso, más aún si ese sentimiento está teñido del oscuro color de lo prohibido. Pero enamorarse del poder deviene en la antítesis del amor: la pasión y la obcecación compulsiva que agrega éste hacia quienes extasían con él, provoca monstruosidades dignas de ser calificadas como el más elevado odio.

Carlitos, aquel niño que se atrevió a enamorarse de la madre de su amigo Jim, Mariana, se regodeaba fantaseando con ser parte de una legión árabe en aquellas batallas del desierto que tenían como escenario un patio de tierra colorada y tezontle. Símiles alterados de Carlitos y en historia paralelamente inversa a la maravillosamente narrada por José Emilio Pacheco, la familia Calderón ha mantenido una relación de amor extraña y un tanto prohibida con el poder; misma que se encuentra llena de desvaríos y arrebatos.

“¿Buscar a una niña de mi edad? Pero a mi edad nadie puede buscar a ninguna niña. Lo único que puede es enamorarse en secreto, en silencio, como yo de Mariana. Enamorarse sabiendo que todo está perdido”, confesión platónica de Carlitos que tiene el ingrediente enfermizo del poder en su par invertido representado en el ascenso calderonista a la Presidencia de la República “haiga sido como haiga sido” (sic).

Pero el poder para Calderón no se limitó al ejercicio de sus facultades como Presidente de la República, sino que avanzó más allá. En Michoacán, el experimento fallido de su guerra contra el crimen organizado, alcanzó el grado de baño de sangre, de invasión de la soberanía estatal y violación de los derechos humanos. El “amor” por el poder llevó a Felipe Calderón al estado de la utopía invertida, al terror de una larga noche.

“Te vaciaste Carlitos. Me pareció estupenda puntada. Mira que meterte a tu edad con esa tipa que es un auténtico mango, de veras que está más buena que Rita Hayworth”, así era la ligereza con la que su hermano, Héctor, tomaba el amor de Carlos hacia Mariana. A la confesión de amor hacia Mariana, prosiguió para Carlos el exilio abnegado en una nueva escuela, verdadera confesión de un amor silencioso que es el parangón opuesto a la perversión obcecada desde el poder.

Abandonado en su delirante obsesión, Felipe Calderón relanza la empresa de buscar el gobierno de Michoacán para su hermana, Luisa María. Con la evidente ausencia del líder nacional albiazul en lo que va de su campaña, de cara a muchos liderazgos de su partido que se encuentran de brazos caídos, cuando no operando para otros candidatos; la hermana de Felipe Calderón muestra un compulsivo “amor” hacia el poder, objeto de deseo que también es cortejado por Gustavo Madero, quien seguramente mira con celo la posibilidad de que su oposición al interior del PAN pueda rehacerse desde la Casa de Gobierno en Morelia.

“No volví a la escuela ni me dejaron salir a ningún lado. Fuimos a la iglesia de Nuestra Señora del Rosario a donde íbamos los domingos a oír misa, hice mi primera comunión y, gracias a mis primeros viernes, seguía acumulando indulgencias”, así describía Carlitos la penitencia injusta por haberse enamorado, pese a que para él “querer a alguien no es pecado, lo único diabólico es el odio”.

Como todo “amor”, el que se profesa hacia el poder cobra penitencias y tiene sus penurias, tal como las que padeció Carlos en su silenciosa romanza con Mariana. Los Calderón, sin embargo, se han negado a enfrentarlas y han decidido mantener el protagonismo político pese al desgaste que representó el ejercicio presidencial para Felipe, y quizá su “pasión” por el poder lleve a su hermana al despropósito de la derrota electoral.

Luisa María Calderón enfrenta el delirante “amor” por el poder y en oposición a Carlitos se queda sola en un desierto sin batallas. Mientras tanto defender al amor, al verdadero sentimiento que da sentido a la vida, tal lo que Mariana provocó en el puberto Carlos, es una cuestión de sobrevivencia “por alto que esté el cielo en el mundo y por hondo que sea el mar profundo”.


No hay comentarios:

Publicar un comentario