Pablo Gómez
Las elecciones de
diputados así como los comicios locales arrojan un resultado que bien podría considerarse
como el inicio del ocaso de Peña Nieto y la cristalización de la dispersión de
la izquierda. Hay otros dos datos: un gobernador sin partido y un diputado
independiente aunque ambos son políticos de larga trayectoria. En realidad, no
hay nada nuevo en el sistema político.
Peña fracasó por completo al intentar obtener
un porcentaje de votos mayor que en 2012. Ahora obtuvo con las siglas PRI tan
sólo el 28.6 por ciento, es decir, está algo lejos del tercio del electorado
pero sigue siendo el presidente de la República con exiguo apoyo popular. Su
socio e instrumento, el Partido Verde (así llamado), alcanzó 6.6 a pesar de que
inició ilegalmente campaña en septiembre y se levantó él solo con el 45 por
ciento en Chiapas donde hubo una elección de Estado. Total: un fracaso del
oficialismo y, con ello, de la política que aplica. El mayor damnificado ha
sido Peña pero no fue el único. También el PAN se quedó atorado en su quinta
parte de los votos emitidos.
Lo más aparatoso sin
embargo fue la cristalización de la ruptura en la izquierda. La votación de esa
corriente se dividió en casi dos mitades entre PRD y Morena. Aquí hay un par de
comentarios necesarios: era falsa la tesis con la cual se menospreció la
escisión de López Obrador y era falso el postulado de que Morena dejaría en el
margen al PRD. En cifras, los perredistas tuvieron dos puntos porcentuales por
arriba de Morena (cerca de un millón de votos) y López Obrador tuvo que sufrir
su derrota (eso es relativo) en Tabasco. En cambio, en la Ciudad de México,
Morena se convirtió en el partido más votado llevando al PRD a un colapso no
antes visto. Para un partido gobernante, aunque sea más formal que real, esa
derrota es algo de lo más significativo de la reciente elección pues no es
compensada con el triunfo en Michoacán y se agrava con la derrota en Guerrero.
Morena no es una
formación nueva como algunos especialistas han querido interpretar. Es un
partido relativamente viejo. Su dirigente es integrante de la clase política, fue
gobernador de la Ciudad de México durante cinco años y candidato a presidente
de la República en dos ocasiones. Morena no es Podemos de España, sino una
escisión del PRD fundado en 1989. Además, Morena tiene un programa también algo
viejo (redistribuir el ingreso mediante el Estado pero no hacer una nueva
distribución) y evade algunas de las reivindicaciones civiles como el derecho
de las mujeres a interrumpir su embarazo y los matrimonios entre personas del
mismo sexo así como el debate sobre el tema de las drogas.
La izquierda (PRD,
Morena, PT) antes unida y ahora desunida obtuvo en suma el 22 por ciento,
arriba del PAN y, si se cuenta también a un ex compañero de viaje, el
Movimiento Ciudadano con su triunfo en Jalisco, llegaría a más del 28 por
ciento, igual que el PRI. El mayor problema al respecto es que la desunión trajo
como consecuencia el triunfo del PRI o del PAN en algunos lugares.
Si bien es cierto que
Peña y el PAN se estancaron, también es verdad que la izquierda se sectarizó y
su influencia política será menor pero no por menos votos sino por dispersos. Ante
la política de Morena y de no pocos líderes perredistas que vuelven al viejo
lema de “pocos pero muy sectarios”, la tarea política más importante es la
lucha por la unidad de la izquierda sin la cual no existen posibilidades reales
de un cambio político.
En cuanto al PRD, podría
decirse que es imperioso un rediseño tanto en materia de organización y
relaciones internas como en lo que se refiere a la línea política. Lo que las
urnas le están diciendo a ese partido es que al perder casi la mitad de su electorado y la mayoría en la
Ciudad de México no se ratifica la conducta que ha seguido sino que la pone
bajo un poderoso cuestionamiento. El PRD –su dirección o sus bases-- tiene que
responder ante ese castigo o sucumbir en la falta de un buen intento.
Hay un elemento nuevo:
ha surgido un partido de corte cristiano y posiblemente confesional, se llama
Encuentro Social, que ha levantado más del tres por ciento. Con esta novedad se
podría abrir un conflicto sobre el carácter laico del sistema electoral
mexicano, pero eso lo veremos dentro de poco.
En cuanto a los nulos, podría decirse que el movimiento anulista tuvo expresión
fuerte sólo en la capital del país, con un 7 por ciento, pero a nivel nacional,
con el 4.8, se mantuvo en un rango ligeramente menor que el más alto conocido.
El amago del boicot
electoral a cargo de la CNTE se aflojó en el último momento pero dejó al
descubierto que no se trataba de un rechazo del sistema político y de los
partidos en su conjunto sino de una forma de presionar al gobierno para obtener
reivindicaciones gremiales. Así, la acción política no correspondía a los
objetivos pero lesionaba el derecho ciudadano de elegir, el cual, además, es
una conquista histórica de la izquierda. El programa de la CNTE es discutible
en varios de sus puntos pero lo más cuestionable son sus métodos que por lo
regular lesionan a quienes podrían apoyar la lucha a favor de la educación
democrática y popular. Aquí también hay una crisis.
La tarea política más
importante es la lucha por la unidad de la izquierda sin la cual no existen
posibilidades reales de un cambio político
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