Eduardo Ibarra Aguirre
La pérdida de 10 millones de ciudadanos
gobernados por el Partido de la Revolución Democrática en los siete años de
liderazgo de la corriente Nueva Izquierda, es el principal dato de las
presidencias de Jesús Ortega, Jesús Zambrano y Carlos Navarrete, con los que el
sol azteca pasó de gobernar 410 municipios a sólo 284.
Y de los
101 diputados con que cuenta en esta legislatura el PRD, producto en buena
medida de los 15.8 millones de votos obtenidos con la candidatura presidencial
de Andrés Manuel López Obrador al que hoy execran, y también la votación más
alta en la historia de las izquierdas mexicanas, tendrá sólo 56 diputados sin
contar a los del Movimiento Regeneración Nacional y Movimiento Ciudadano, las
grandes sorpresas de la jornada del 7 de junio. Sobre todo la segunda, la del
partido que administra como franquicia Dante Delgado, porque Morena según
Zambrano anunciaba convertirse en la tercera fuerza electoral y desplazar al
PRD como la “principal” de una izquierda con casi 30 por ciento de la votación
o 9 millones de sufragios, pero fraccionada: PRD, Morena, MC y Partido del
Trabajo en vías de perder el registro.
Lo
anterior lo ilustra muy bien el reportaje de Misael Zavala (El Universal,
27-VI-15) y los juicios de especialistas como José Antonio Crespo, quien ubica
la caída en la votación perredista en la ruptura de AMLO. Pero la troika de los
perredistas hace denodados esfuerzos por no llamar a las cosas por su nombre al
emprender el imprescindible balance que implica, al decir de Crespo, un cambio
en la línea política de alianza –y hasta de subordinación, digo yo-- al
gobierno de Enrique Peña Nieto, intervenido con éxito quirúrgicamente el pasado
fin de semana. Carece, además, de candidatos fuertes para Los Pinos y el
Antiguo Palacio del Ayuntamiento.
Salvo que, como augura Jorge Chabat, el PRD quedará reducido
a un partido “mediano”, con “una votación probablemente alrededor de 10%, pero
difícilmente va a alcanzar más allá del 20%”.
Mientras que para Carlos Sotelo el del 7 de junio “fue el peor resultado del PRD
desde su fundación”, hace 26 años, Pablo Gómez explica que “Primero vino la
escisión y luego el colapso electoral”, y Zambrano Grijalva se aferra como en
los tiempos del guerrillero Tragabalas: “Debacle, hubiera sido que
hubiéramos perdido en todos lados, que el PRD como lo vaticinaban en Morena,
íbamos a quedar por debajo del 10% y que ellos se colocarían como la tercera
fuerza del país y la primera de la izquierda, pues no sucedió y no lo puedo ver
como una debacle”.
Y sólo a pregunta explícita del reportero,
descubre el hilo negro en su partido y corriente “Hay
señalamientos muy fuertes de corrupción en varias delegaciones, estamos
obligados a revisar y actuar predicando con el ejemplo”. Allí, en Iguala, en Guerrero
y en el país, señor.
En tanto que Ortega
Martínez reconoce autocomplacencia con los errores de los dirigentes,
incapacidad para seguir “a la vanguardia en la renovación del pensamiento” y
que “no han podido ser eficientes en la comunicación política hacia la sociedad”.
El que todo lo quiere
resolver con frases efectistas es Carlos Navarrete, pues “el PRD no está en una catástrofe, suena bonito
mediáticamente pero les tengo una mala noticia a quienes nos andan enterrando,
el PRD es la principal fuerza de la izquierda por decisión de los
electores, 4 millones de mexicanas y mexicanos votaron PRD en todo el
territorio nacional”.
Con tal trío de dirigentes el terreno político es demasiado fértil para que
el escenario de un PRD paraestatal, como lo fue el Partido Socialista de los
Trabajadores, sea una realidad.
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