martes, 22 de septiembre de 2015

Estados Unidos y Europa: Medidas divergentes, resultados diferentes.

Hugo Rangel Vargas

Foto de laprimeraplana.com.mx/
En una crisis, los economistas tienen dos maneras diferentes de responder en su atención: una es la de la expansión del gasto y el déficit público para estimular la demanda agregada; y la otra es la de la contracción del gasto público, que a decir de los partidarios de esta vía, provocaría condiciones de estabilidad monetaria mismas que ayudan al ambiente favorable para la inversión y la ulterior recuperación económica.

La primera opción suele ir acompañada de un crecimiento de la masa de dinero en circulación, lo que impulsaría a la baja a las tasas de interés estimulando así a la inversión; la segunda vía por el contrario sostiene que se debe priorizar la disciplina monetaria para estabilizar los precios.

El mundo ha sido testigo en los últimos años de la implementación prácticamente paralela de estas dos vías de política económica frente a la depresión económica que se ha vivido desde 2008 y a la que han tenido que hacer frente los economistas que toman decisiones desde los gobiernos de Estados Unidos y de Europa.

La crisis que se gestó desde finales del 2007 y que tuvo como primer episodio la caída del banco estadounidense Lehman Brothers, se ha extendido hasta el presente año por el conjunto de países desarrollados, empujando a la baja a las economías de prácticamente todo el orbe.

Frente a esta crisis, la respuesta de Europa y de Estados Unidos fue diferenciada. Los países integrados en la Unión Europea han atendido las recomendaciones de la contracción del gasto público hechas por las instancias conocidas como la Troika a través de los llamados programas de consolidación fiscal. Los gobiernos de Europa han supuesto que las políticas de contracción del gasto y de restricción monetaria, enfocadas a reducir el déficit público y mantener el nivel de dinero circulante en la economía, provocarían confianza en los mercados lo que, en último término, generaría empleo y recuperación económica.


En contraparte Estados Unidos ha respondido con una fuerte expansión del gasto público que le llevó a tener un déficit casi equivalente al 10 por ciento del PIB en el año 2009, punto más álgido de la crisis económica, y a incrementar la deuda gubernamental a niveles que equivaldrían a prácticamente el 95 por ciento del PIB en el año 2012. A esta expansión del gasto público se ha correspondido una bajísima tasa de interés y desde finales de 2008, la Reserva Federal bajó su rango objetivo para la tasa de fondos federales de 0 a 0.25 por ciento comenzó a inyectar dólares a la economía para tratar de estimular su crecimiento.

Después de prácticamente siete años de ajustes diferenciados a sus respectivas economías para atender a la crisis, los resultados saltan a la vista también de manera diferente en ambos casos. Europa permanece estancada y la OCDE ha calificado en días pasados a su crecimiento económico como “decepcionante, dados los factores favorables de los que se beneficia”. A ello hay que agregar el enorme costo social de las políticas de desmantelamiento de los estados benefactores que según la OXFAM han provocado que en el 2011, 120 millones de europeos se encontraran en condiciones de pobreza; cifra que se incrementaría entre 15 y 25 millones hacia el 2025 de continuar las políticas de contracción del gasto público recomendadas por la Troika.

Estados Unidos ha comenzado a ver signos de recuperación alentadores: el crecimiento económico ha sido revisado a la alza en 3.7 por ciento para el segundo trimestre de 2015, el libro beige ha reportado recuperación de la actividad económica en 12 regiones del territorio norteamericano, el crecimiento del PIB ha provocado también una mejora en la recaudación fiscal generando reducciones en el déficit público que en 2015 será de apenas 2.4 por ciento del PIB y finalmente es previsible que la FED comience a elevar las tasas de interés a un ritmo gradual.

Sin asumir posición, los efectos económicos de distintas políticas públicas deben ser puestos en su justa dimensión. Si la economía es una ciencia, los resultados de las técnicas de política económica que derivan de ella deben ser evaluados por sí mismos y no a través del cristal de dogmas o de posiciones ideológicas preconcebidas.

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