sábado, 5 de septiembre de 2015

Cerati: Pasión por la eternidad

Hugo Rangel Vargas

Foto de tiempoconsciente.com
Con una tremenda normalidad nos invade el futuro. Stephen Hawking ha planteado que hay dos maneras de transitar en el tiempo, una digamos el llamado tiempo real que es de corte horizontal y cuyo trayecto nos conduce al envejecimiento; la otra tiene carácter vertical, sólo comprensible en la ciencia ficción y que marcha perpendicularmente a la línea de tiempo real. Recorrer de esta última manera el tiempo demanda seguramente la ligereza y levedad de la imaginación, de esta magnitud es la convocatoria indecible que contiene el talento de un argentino que nació en el emblemático 1959.

Gustavo Cerati retó al tiempo y se abrió a él. Colocó en cada una de sus letras la cita de un anagrama quizá aún indescifrable y que serviría para entender a un músico que se preocupó más por hacer un recorrido que por saber a dónde iba. Bocanadas de sicodelia se impregnaban  desde las primeras composiciones que en Soda Stereo retaban a la tradición rockera de America Latina.

Para Cerati no había moldes. En una Argentina confrontada con Inglaterra por Las Malvinas y en la que se prohibía la música en inglés, la Fuerza Natural y la Magia delirante del poeta bonaerense le llevó a adquirir la influencia de las atmósferas del rock progresivo británico mezclado con el espíritu irredento del pop. Así, en su inspiración artística, Beautiful no era sólo un reto a las barreras del idioma impuestas por un nefasto conflicto, significaba precisa y levemente beber la pereza del soñar.


El mundo parece adquirir una tesitura menos compleja en los ojos claros de Cerati y en sus ágiles manos que al enfrentar la guitarra se atrevieron a poner a gravitar al paladar de muchos en torno a un Jugo de Luna, receta infalible que Sabines ya de por sí recomendaba en dosis precisas para quienes se habían intoxicado de filosofía, sólo que ahora con el efecto colateral de la perdición en un zigzag frenético.

El juego artificioso de Cerati comenzó con un Jet Set, mofa alivianada de un status quo aspiracional al que se puede acceder con un Rolex en una muñeca que empuja un puño hacia el bolsillo roto. Él abrió un túnel de imaginación y fantasía que servía de evasión a toda una generación que en América Latina vivía en permanente crisis. La década pérdida no era sin embargo el contenido, ni por equivocación, de alguna inspiración para un prodigioso que sostenía que sus “letras no suelen hacer referencia a nada. Yo creo que la canción es artificio. No sólo lo creo, sino que defiendo a muerte esa idea estética”.

El viaje en el tiempo de Cerati siempre mira hacia el futuro, la vanguardia es su trayecto, la reinvención es su reto. Y es que en efecto de las historias pasadas, no le aturdía saber. En la cabeza de Cerati no cabía pues el tormentoso ruido que causa la realidad y los lastres del pasado. La Furia resulta incluso una máscara con la que la cotidianidad puede ser vista desde las alturas, mientras uno mismo se confunde con el éter de la totalidad.

El extremismo surrealista al que sentencia Cerati a su interlocutor, el escucha, puede llegar al punto de condenarlo al olvido entre números perdidos en canciones ocultas que sin embargo esconden la belleza del reto a la inteligencia. Pero algo se puede agradecer de esas expías impuestas a quienes nos atrevemos al viaje de la imaginación junto a Cerati: en toda su obra hay áreas inconclusas, esperando a ser colmadas por la sensibilidad de quien interactúa con ellas.

Nada pudo haber sido más dolorosamente significativo para el poeta, que el largo tiempo sin viaje que vivió los últimos meses de su vida, en el que la ausencia de olvido lo condenaba al fatal destino de los gigantes, en el que las horas pasaban y los días se sentaban a morir. Como si la letra de su muerte se hubiera escrito teniendo de fondo el reloj derretido, evocación mágica de La Persistencia de la Memoria de Dalí, misma que pervive en su Dejavú que ha dejado como letanía la afirmación dogmática: “todo es mentira, la poesía es la única verdad”.

Navegar por el tiempo no es sólo una aventura, es renunciar al entorno impunemente; así como ocurre con un Crimen sin resolver. Atreverse a recorrer el tiempo imaginario del que habla Hawking es emprender un trayecto en el que sólo se contemplan colores adyacentes que divagan entre azules y rojos, como lo describiría Carl Sagan en Cosmos. Aunque esos largos viajes sólo pueden ser entendidos con un ancla de por medio, algo que deje claro lo que pasa. Para muchos, pese a un año de su ausencia, Cerati ha dejado esa áncora para asimilar que no hay extravío en el camino con la guía de la intuición: la pasión imposible del porvenir, es la eternidad.

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