martes, 22 de septiembre de 2015

Uno más

Jorge Mújica Murias

Foto de telemundo40.com
Se llamaba Juan García Hernández y tenía 39 años. Mexicano indocumentado, domiciliado en el Centro de Detenciones de Florence, en Arizona, bajo custodia de la Oficina de Inmigración y Aduanas. Se llamaba, porque después de desmayarse afuerita de la unidad médica del centro de detenciones se lo llevaron al hospital y ahí falleció.
          Había estado detenido desde el 27 de agosto, esperando su deportación. Arrastraba su caso legal desde el 12 de marzo de 2014, cuando la corte de apelaciones de inmigración ordenó su deportación “voluntaria”, o sea que le dieron 60 días para abandonar el país “voluntariamente”.
          No se rindió y no se fue, y para junio del 2014 consiguió un permiso temporal de un año por razones humanitarias, pero en ningún lugar se aclara por qué. Usualmente, los permisos por razones humanitarias se otorgan a personas que tiene que cuidar de familiares enfermos, hijos o padres, y cosas por el estilo.
          Pero cuando se le venció el permiso, la Migra fue rapidito por él para iniciar su proceso de deportación, esta ven nada “voluntario”.
          Hace unos meses, en mayo, otro mexicano murió en el centro de detenciones Eloy, también en Arizona. El veredicto oficial fue que se ahorcó tragándose un calcetín. La muerte de José de Jesús Deniz Sahagún desató fuertes protestas, que aún continúan, incluyendo los 200 detenidos del centro, que alegan “trato y condiciones brutales e inhumanas”. Ambos centros de detención, huelga decir, son operados por la Corrections Corporation of America, la multimillonaria agencia que cobra más por cada preso al día que lo que se gastaría poniéndolos en un hotel Holyday Inn.
          Con Juan García van siete detenidos bajo custodia de la Migra fallecidos este año. Y van 150 en los últimos 12 años. La cosa es que como los centros de detención de la Migra son operados por una compañía privada, entonces ni siquiera tienen que cumplir con los reglamentos federales sobre el trato de los detenidos.
          No se han revelado las causas oficiales del fallecimiento de Juan, pero no me sorprendería que también se haya “suicidado” de alguna creativa manera.

 
Unos Cuantos Miles Más…
Pero ésos son solamente los migrantes muertos en custodia oficial en Estados Unidos. Según la Organización Internacional de Migraciones, OIM, en lo que va del año han muerto un estimado de tres mil 840 migrantes en todo el mundo. Tres de cada cuatro han fallecido tratando de cruzar el Mar Mediterráneo, dos mil 812. Han sido, en su mayoría, gente que ha tratado de huir de la guerra civil en Siria.
A Italia, Grecia, España y Malta han llegado, hasta el 14 de septiembre, 464 mil 876 migrantes-refugiados. Además de Siria, la mayoría son de Afganistán, Pakistán, Albania e Iraq, y hay grupos más pequeños de Eritrea, Nigeria, Somalia, Sudán y Siria.
Digo migrantes-refugiados porque creo que hay que ir borrando la línea que los medios de comunicación han empezado a poner entre los migrantes “buenos” y los “malos”. Los “buenos” obviamente son los niños, posiblemente los ancianos, los ex presos políticos, los mutilados de guerra. Los “malos”, naturalmente, son todos los demás.
Parece que cualquiera que haya tenido la fortuna de escapar del hambre, la corrupción, las torturas o las bombas tiene que ser “malo”. Cualquiera que se le haya escapado al narco, al desempleo, al hambre, la miseria, no tiene lugar en la misericordia de los países ricos, los que han explotado a los países de origen de estos malos ciudadanos.
Además, es correcto compadecerse de alguien que trata de cruzar el mar Mediterráneo en una lanchita de juguete, en una balsita de madera. Hay que abrirles la puerta, como aparentemente algunos países en Europa están dispuestos a hacer, después de la publicación de las fotos del pequeño Aylan, ahogado al tratar de llegar a Grecia.
Los que cruzan el desierto, brincan magueyes y bardas, se les acaba el agua, deben ser “malos”.
Posiblemente Juan García Hernández era de los “malos”. Su muerte, por cualquier causa, parece no despertar simpatías.
Solamente espero que no tengamos que llegar al fatídico número de tres mil 840 muertos por acá para despertar esas simpatías.

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