Eduardo Ibarra Aguirre
A diferencia del gobierno de la república
que con cierta frecuencia somete a riesgosas pruebas con algunos de sus actos y
decisiones esta condición de México, el jefe de Gobierno del Distrito Federal
solicitó –ordenó, sería lo correcto escribir porque
nadie puede desacatar la “solicitud”–, la
presentación de la renuncia a todos los integrantes de su gabinete.
La
decisión de Miguel Ángel Mancera, asumida tras los muy malos resultados
obtenidos para su formalmente no partido, el de la Revolución Democrática, fue dada a conocer pasadas las 17:30 horas
del jueves 8, en una llamada conferencia de prensa con un mensaje de dos
minutos de duración y sin mediar pregunta alguna. Es decir, cualquier cosa
menos rueda de prensa, sólo un acto con colegas en el papel de testigos mudos,
cuando el hecho trascendió 3.5 horas antes y los “renunciantes” fueron
incapaces de asumir una conducta coherente ante los reporteros que indagaban
sobre el terma, lo cual revela que ni para sortear a los periodistas dieron el
ancho los funcionarios capitalinos que serán evaluados, y algunos de ellos evidenciaron
que no estaban enterados.
El doctor Mancera
recordó que “Como siempre he reiterado, todo mi gabinete, todo, sin exclusión,
se encuentra en constante proceso de evaluación”. Cierto, lo dijo varias veces
en distintas oportunidades. Pero sin mediar la emergencia del Movimiento Regeneración
Nacional como la principal fuerza política por lo menos en la Asamblea
Legislativa, y el modesto pero muy publicitado avance del partido del
presidente y de Acción Nacional, no sería usted testigo del esfuerzo que
emprende el jefe del GDF para adecuarlo al profundo reacomodo
político-electoral que operó en la capital de México, tras los comicios del 7
de junio, más lo que agreguen los tribunales electorales.
La reconfiguración del
mapa político en la ALDF y en la mayoría de las jefaturas delegacionales es no
sólo un hecho sin precedente e indispensable de asumir en todas sus
consecuencias para que la gobernanza de la ciudad sea viable. Para que los
problemas de los gobernados sean asumidos más y mejor de lo que fueron durante
los últimos 2.5 años. También para que no se cumpla el pronóstico que hacen los
críticos sistémicos de las izquierdas, que el DF será campo de batalla para la
disputa temprana entre Morena y PRD por el Antiguo Palacio del Ayuntamiento y
que los ciudadanos pagarán las consecuencias de una presunta disputa tribal. No
falta intelectual asalariado de Televisa, como Jorge Germán Castañeda, que todo
lo reduce a la pelea por la chequera del GDF.
En contrapartida, otros
establecen parangón entre lo decidido por el antes procurador capitalino y el
reajuste ministerial de la presidenta de Chile, realizado hace dos meses. Está
por verse el verdadero alcance.
Cierto es que con la
recomposición político-electoral producida por un electorado informado y
demandante, con todo y las inducciones y hasta manipulaciones clientelares a
las que no fue ajeno, los márgenes para los cambios de funcionarios sin alterar
políticas y programas de gobierno parecieran ser estrechos. Particularmente
cuando las prácticas de la corrupción al decir de muchos observadores y
analistas sellan a buena parte de la institucionalidad capitalina, apuntan que
hasta convertirse en el aceite que hace funcionar a la maquinaria del entramado
gubernamental, como en los mejores (o peores) tiempos en que el partido
tricolor despachaba en el muy vertical y más autoritario Departamento del
Distrito Federal, dependiente de la Presidencia tan absolutista como
corruptora.
No hay comentarios:
Publicar un comentario