Pablo Gómez
Detrás del chorro de dólares que se escapa
hacia el norte están el enorme diferencial de intereses que cobran los dueños
del dinero por mantener sus capitales en México. La dependencia es tan fuerte
que los menores movimientos del rédito o del PIB estadunidenses se reflejan en
México con una fuerza que resulta imparable con el uso de los instrumentos del
gobierno de Peña Nieto.
Foto de noticiasdemexico.com.mx/ |
La debilidad de la
política económica, en parte denunciada anteayer por la Concamín, abarca la
falta de compromiso gubernamental aunque sólo fuera para anticipar inversiones
como le piden los industriales. El hecho es que la economía mexicana no ha
logrado generar una expectativa de rompimiento de su endémico estancamiento. Si
con altos precios del petróleo y con una buena plataforma de exportación la
economía no reaccionó porque tal situación era insuficiente y no se acompañaba
de otra política económica, con una reducción de 50 por ciento en el ingreso
por crudo esa misma política es ya recesiva.
La masiva salida de
capital-dinero de México ha producido una devaluación del peso que asciende ya a
una cuarta parte desde que la moneda mexicana se ubicó durante un buen tiempo
alrededor de 12.50 pesos por dólar. Esto quiere decir que con una baja
inflación en Estados Unidos tenemos un encarecimiento rápido de mercancías
procedentes del norte de donde procede más del 80 por ciento de los bienes
importados. La procedente disminución de los precios de las exportaciones no ha
logrado defender del todo las plazas comerciales estadunidenses, por lo visto.
Esta doble situación determina que la devaluación no es un ajuste que pudiera promover la venta de
productos mexicanos en Norteamérica, pero probablemente creará un escenario de
expropiación inicua del salario mediante el doble proceso de abaratamiento
relativo de la fuerza de trabajo y encarecimiento de los bienes importados o
con componentes de importación que son ampliamente consumidos por los
trabajadores.
Durante algunos meses,
la economía mexicana ha aguantado la amenaza de un proceso inflacionario brusco
pero ni lo ha hecho del todo ni podrá por más tiempo resistir la devaluación
por efecto de un mercado marcadamente comprador de dólares. La reserva
internacional del Banco de México es grande pero llega apenas a la mitad de lo
que pudiera ser una gigantesca retirada de dinero que se encuentra tan suelto y
tan líquido que una vez más amenaza brutalmente no sólo la capacidad de pagos
del país sino la estabilidad económica.
Las cosas siguen su
proceso y Peña Nieto está esperando un milagro porque no se observa ninguna
reacción. Las disminuciones del gasto público no podrían ser las mejores porque
no obedecen a un buen plan y porque lo que producen es un mayor estrechamiento
del mercado interno. La palanca mayor de la economía sería un programa de
inversión pública y privada que aunque en versión relativamente pequeña ya se
había anunciado pero con malos proyectos por lo cual ha quedado en casi nada.
Como la elevación de las tasas de interés internas es inminente, el costo de la
deuda pública va a subir pero también el de la privada con lo que se
desalentarán las inversiones a pesar de las declaraciones fantásticas del club
de los Hombres de Negocios. Total: una desgracia.
Con la política
económica centrada en equilibrios que no se pueden manejar internamente y, por
consiguiente, con la renuencia a emprender una plan propio para producir más,
generar empleos y elevar el ingreso per
capita, no se puede hacer gran cosa. La política económica del PRI es
exactamente la misma que la del PAN pues en gran parte se basa en el
mantenimiento de bajos salarios como instrumento de una competencia con el
exterior que se reduce en realidad a Estados Unidos pero que condena al país a
una depresión crónica de su mercado interno. Sin el crecimiento de este último
no podrá haber una economía en expansión, por lo cual la política de Peña Nieto
sólo tiene como desenlace la crisis económica. Ya lo veremos dentro de poco.
Bueno, ya lo estamos viendo de alguna manera.
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