Eduardo
Ibarra Aguirre
Hoy comparto un testimonio del libro Remembranzas:
–¿Cuántos
comunistas dice que tiene Cuba? –Preguntó sin rodeos Mao Zedong.
La
respuesta de Ernesto Guevara de la Serna fue con dígitos notables para los
nueve dirigentes comunistas latinoamericanos que junto al Che formaban parte de la delegación, pero magros si usted toma en
cuenta las gigantescas dimensiones del partido de los comunistas chinos.
–¿Y
cuántos comunistas dicen que representan? –Embistió nuevamente El gran timonel.
Las
cifras de la respuesta que dio Che
Guevara recibieron una reacción dura, imprevista del presidente Mao:
–Nunca
cesaremos la polémica pública con los soviéticos, así lo pidan los comunistas
de todo el mundo. Discutiremos años, décadas, siglos si es necesario.
La
respuesta puso punto final a un diálogo de sordos de 10 dirigentes comunistas
de igual número de partidos de América Latina, comisionados por la Conferencia
de La Habana, en diciembre de 1964, y quienes fueron recibidos tras varias
horas de antesala por El gran sol rojo
que ilumina nuestros corazones, vestido de pijama y en un tren que hacía el
recorrido entre la capital de la República Popular China y Shanghái.
El
comandante revolucionario era ya un personaje más que conocido por la
dirigencia del gigante asiático, pues cuatro años antes realizó la primera gira
de trabajo y entabló negociaciones con ella.
“La
política del pijama” como una muestra de distancia con sus interlocutores, no
fue la primera ni la última vez que la utilizó Mao. El mismo recurso empleó con
el embajador de la entonces URSS en la hoy Beijing, como lo recuerda Guisseppe
Boffa en La crisis del campo socialista,
un libro clásico de la segunda mitad de los años 60. (Alguien que sobrestimó al
corresponsal mexicano en Moscú pretendió colocarlo, a fines de los 70, ante el
reto de escribir la interpretación azteca actualizada de la mirada crítica y
analítica del colega de L’Unita, y
declinó la ambiciosa tarea).
Los
latinoamericanos viajaron antes a Moscú para exponer a Leonid Brézhnev lo mismo
que a su homólogo chino:
–Suspender
la polémica pública entre el Partido Comunista de la Unión Soviética y el
Partido Comunista de China. Preparar una nueva conferencia de los partidos
comunistas. Que en la organización intervenga desde el principio el partido
chino. Y no intervenir en la vida interna de otros partidos.
El éxito
obtenido con los dirigentes soviéticos fue efímero, en tanto que las dos partes
formaban el centro del disenso que empezaba a causar estragos entre los comunistas
latinoamericanos.
Recupero
el testimonio oral de Arnoldo Martínez Verdugo, integrante de aquella
delegación, porque con las deudas editoriales que legó a sus compañeros –Escritos políticos de Hernán Laborde,
por ejemplo–, se perderán muchas vivencias y acontecimientos importantes en que
participó el talentoso sinaloense de Pericos. Para no mencionar la
investigación que él denominó Las
regularidades para la formación de un partido revolucionario en México.
En abono
a la veracidad del testimonio consignado en el capítulo Cronología Comparativa
del libro Historia del comunismo en
México, pero sin los vitales detalles, la primera versión la escuchó el
reportero en una cena con el abogado Hugo Tulio Meléndez, Arnoldo y el
corresponsal estadunidense George Natanson.
Que
Zedong no entendió o no quiso entender lo elemental de los planteamientos
acordados en la capital de la mayor de las Antillas, se reconfirmó, una década
después, al asegurar sin el menor tacto a Kim Il Sung, su otrora aliado en la
guerra de Corea frente a Estados Unidos:
–Ustedes,
camarada, están con una nalga sentada en Moscú y otra en Pekín.
–No,
camarada Mao, nuestras dos nalgas las tenemos sentadas en Pyongyang
–atajó cortante y puntual Kim.
Para la
segunda edición de Remembranzas es
posible rescatar el testimonio que
dio Martínez Verdugo a La Jornada, el 13 de junio de 1986, tras visitar la
República Popular China. Cuenta que les dijo Mao Zedong:
“La
polémica pública no se puede suspender, por un día, ni por un año, ni por diez
años, ni por cien años, ni por mil años, y si hay necesidad la vamos a mantener
durante diez mil años...”
Finalmente
sentenció el líder de la Revolución china, acompañado por Deng Xiaoping, el
hombre que viró el rumbo maoísta de la República Popular: “Ajá; ahora caigo en
la cuenta de que hemos intervenido poco. Tengan la seguridad de que en adelante
lo vamos a hacer más y mejor”.
Y lo
hicieron.
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